Esta es una historia de un bello
príncipe, aunque él se considera más bien sexy,
que busca desesperadamente a su princesa. Entre sudores fríos, el príncipe
sueña con él y su amada juntos, correteando, cogidos de la mano por los
pasillos de Moncloa. Un cálido hogar desde el que gobernar un reino no muy muy
lejano. Más allá de la longitud del pelo, Pablo Iglesias, nuestra particular y
revolucionaria princesa, dista de cumplir los estereotipos tradicionales de las
“Princesas Disney”. Aunque bien es verdad que en los tiempos que corren hasta
las Princesas Disney quedan expuestas al constante revisionismo. Y si no que le
pregunten a Frozen...
El caso es que nuestro apuesto
príncipe Pedro se encuentra en una encrucijada de lo más compleja. Un intenso y
tedioso tira y afloja que amenaza con hacer mella en su angelical rostro. Por
un lado está la presión de los votantes y la militancia, que como en “El mago de Oz” intentan convencer a
Pedro para que siga las “baldosas amarillas” que unen Ferraz y Lavapiés, la
vieja y la nueva izquierda. Baldosas que terminan en un pacto que garantice el leitmotiv del “gobierno progresista y
reformista”, citado hasta la saciedad estos días.
El problema para nuestro “héroe”
es que la princesa no es sumisa, como Frozen, más bien un lobo con piel de cordero. Rebelándose ante lo establecido, la
princesa morada es quien establece las condiciones de su propio rescate y
posterior matrimonio. La vicepresidencia y carteras para sus súbditos han de
hacer las veces de anillo de compromiso. La princesa del siglo XXI no quiere
solo su trono, sino ser juez y parte del complejo contexto en el que se
desenvuelve y que está decidido a determinar. Otro quebradero de cabeza más
para Disney y su necesaria reinvención…
Todo indica que Pedro “Lord Farquaad” Sánchez está dispuesto a "tragar" y satisfacer gran parte las exigencias de su caprichosa princesa. Todo
sea por el amor, y por su cabeza. Digamos que no le incomodaría ser Richard
Gere en Pretty Woman. Pero como en
todo cuento de hadas, no podía faltar la bruja malvada. Y en este cuento, hay
más de una. Para disgusto de Sánchez, el enemigo está en casa, y algún que otro
escudero espera con el cuchillo entre los dientes para despojarle de su trono
en Ferraz.
En primer término encontramos a
los famosos “barones”, un término acuñado en los años del “felipismo” y tan de
moda hoy como antaño lo estuvieron el falso nueve o los carrileros en el
fútbol. Para Pablo Iglesias, “el deseado”, el referéndum en Cataluña es
condición sine qua non para un final
féliz y comer perdiz. Referéndum que para esta horda de voraces líderes
autonómicos convierte a la “Rapunzel de Vallecas” en temible villano.
Comandando a los carroñeros, Susana Díaz, presidenta de Andalucía, histórico
feudo socialista. Desde hace meses, la baronesa tiene las maletas hechas y
espera en el andén. Un amor imposible entre Pedro y Pablo puede ser su billete
de AVE Sevilla-Ferraz.
Las desdichas del héroe trágico
no terminan aquí. Y es que en su camino de desgracias e infortunios, el máximo
mandatario socialista ha de sortear un obstáculo aún mayor. Hablamos de la
“vieja guardia”, antiguos mandatarios socialistas alejados del socialismo. Una
especie de Club Bilderberg, pero más de chopped
de pavo que de caviar iraní. Encabezada por el ex presidente Felipe
González y su mano derecha Alfonso Guerra, la vieja guardia del puño y la rosa
es el vivo ejemplo de que el dinero provoca amnesia. Donde dije digo, digo Diego. Para ellos, el pacto con Iglesias no
debería producirse bajo ningún supuesto e instan a Sánchez a tender la mano a
las fuerzas conservadoras y posibilitar el llamado “Gobierno del Ibex”.
Felipe González, recién salido
del Consejo de Administración de Gas Natural y muy bronceado por sus estancias
en los yates de sus “amigotes” millonarios , sigue cruzado contra la fuerza
morada, a la que ha definido como “leninismo 3.0”. ¡Ay, Felipe!, qué cara de
Churchill se te está poniendo.
La “tres-catorce” de Rajoy deja a
Sánchez -o señor Ruiz- en la estacada. Solo hay dos opciones difuminadas en el
horizonte, y es imposible saber cual conduce a la Moncloa -si es que alguna lo
hace- y cual a su tumba política. O “echarle cojones” y lanzarse a la aventura
romántica con Iglesias o bien hacer caso a sus mayores y aceptar que lo suyo
con el líder de Podemos es un amor imposible, digno de Pasión de Gavilanes. Que
el final de la historia lo escriba Walt Disney o Tarantino depende de él, y
solamente de él. ¡Sé fuerte, Pedro!.